Cal Newport, Minimalismo digital. En defensa de la atención en un mundo ruidoso, Paidos, Barcelona, 2021, p. 34
1- Las primeras muestras de cretinismo se dieron con el surgimiento
del televisor, al que llegó a llamarse la «caja boba», al que millones
de seres humanos nos conectamos durante horas para ver imágenes y
sonidos.
Pero el apogeo de la televisión, sobre todo durante la segunda
mitad del siglo XX, con todo y lo cretinizante que pudiera ser, tenía
una diferencia con las pantallas de hoy: su omnipresencia era distante,
estaba lejos y separado del espectador, porque este no podía llevar
consigo siempre y a toda hora una pantalla de televisión.
Eso
significaba que se prendía, se veían muchas horas de televisión y al
final se apagaba y el televidente se iba a dormir o hacer otras cosas,
pero no cargaba consigo el televisor.
El segundo momento en la emergencia del cretinismo digital se produjo
con la difusión del computador portátil (el PC) y su generalización en
la década de 1990 en gran parte del planeta urbano.
Este recién
inventado “ídolo de silicio” pronto se convirtió en un nuevo fetiche
que, aunque en principio no sustituyó a la televisión, si permitió que
sus usuarios estuvieran conectados a una pantalla durante más tiempo y
fuera de la casa (la sede normal de la televisión) y la estuvieran
observando en el lugar de trabajo y, eventualmente, en viajes en avión,
en tren o en metro.
El PC mantenía limitaciones para una digitalización
absoluta, en la medida en que a pesar de ser más pequeño que el
televisor y ser portable seguía siendo bastante grande para ser cargado
de manera permanente y llevarlo pegado al cuerpo. Con el PC se dio un
paso más hacia la cretinización, puesto que permitió ampliar el radio de
acción de las pantallas, mucho más allá de la esfera reducida del hogar
y del mundo doméstico.
Aumentó más la individualización y el atomismo
social que genera la televisión, debido a que empezó a asociarse con una
persona en particular, con un sello de propiedad individual. Esto se
hizo más palpable con la generalización de internet a finales de la
década de 1990.
Esto le concedió una autonomía que jamás tenía la
televisión y aumento el tiempo de exposición de ciertos sectores de la
sociedad a las pantallas, puesto que en esa época todavía se seguía
vinculado a una pantalla, la del televisor, en la casa, a lo cual había
que sumarle que se veía constantemente otra pantalla, la del PC, o la
del computador de escritorio.
Más tiempo consagrado a las pantallas, lo
que significaba más distanciamiento del mundo real.
En estas
condiciones, el cretinismo digital se expande, porque ahora quienes
están conectados a sus PC ya no tienen tiempo ni intención de
relacionarse con amigos y familiares, salvo que se puedan conectar con
ellos a través de internet.
De todas maneras, aún en este momento, el
cretinismo estaba circunscrito a ciertos sectores de la sociedad,
relativamente minoritarios a nivel mundial, puesto que ni el PC ni el
internet habían alcanzado una difusión universal y, por su costo, no
podía ser adquirido por cualquier persona.
El invento que posibilitó la universalización del cretinismo digital fue el del smartphone
en 2007. El teléfono celular que había sido inventado en la década de
1970, y cuyo primer ejemplar se vendió en 1984, era pesado, engorroso y
tenía un alto precio. Era el modelo Motorola y valía 4000 dólares y del
cual se vendieron en su primer año 300 mil unidades. Era un artículo de
lujo y de ostentación, pero fue un paso decisivo hacia la cretinización
digital.
Durante dos décadas el celular era un teléfono portátil que, en
la medida en que se abarataban sus costos, se fue difundiendo entre
diversos sectores de la sociedad, y se utilizaba para hablar ‒lo cual
parecía puerilmente lógico, porque para eso se supone que se inventaron
los teléfonos‒, pero significó un cambio fundamental con respecto al
teléfono fijo, por varias razones: el usuario lo podía cargar en una
maleta, en el bolsillo o en otras partes del cuerpo, podía recibir una
llamada o hacer alguna en cualquier momento sin estar en un sitio fijo,
separaba el uso de la idea de servicio público y se empezaba a
entronizar la imagen de que la comunicación telefónica no era cuestión
de una familia ‒a lo que estuvo asociado siempre el teléfono fijo,
porque recuérdese que se llamaba a un número en el que podía contestar
cualquier miembro de la familia‒ sino un asunto personal, y por ende
cada uno, el que pudiera comprarse un teléfono móvil, tendría el suyo
propio.
Este fue un gran avance del capitalismo realmente existente (el
neoliberalismo), con su lógica privatizadora, y por eso no es una
coincidencia, que la destrucción de las empresas públicas de
comunicación nacionales haya sido una política sistemática para imponer
el uso generalizado del teléfono celular.
Este fue un paso
trascendental hacia la cretinización digital, pero esta no estaba
plenamente enquistada en el tejido social ni en la sique de gran parte
de los seres humanos, porque por el teléfono simplemente se seguía
hablando, aunque mucho tiempo, más del habitual, pero no se hacía nada
distinto, porque no se podía, debido a las características técnicas del
artefacto.
Y aunque se le fueron agregando servicios, como recibir
mensajes y chatear, según se fuera pasado de una generación de celulares
a otras, el salto cualitativo que dio paso al cretinismo digital
generalizado fue la invención del IPhone, anunciado en público y con
bombos y platillos por Steve Jobs en 2007.
La novedad del IPhone,
que abrió la puerta a la generalización del cretinismo digital, consiste
en que integro en un mismo artefacto tareas que antes estaban
separadas: enviar mensajes, chatear, enviar videos, conectarse en forma
directa con otras personas a cualquier hora, bajar películas y música y,
lo que cada vez es menos importante y poco frecuente, hablar.
Es decir,
el IPhone es un teléfono con el que pueden hacerse muchas cosas y cada
vez se utiliza menos para hablar. Este artefacto funciona porque está
vinculado a internet y por su pantalla táctil. El invento del IPhone dio
paso a la comunicación permanente, las 24 horas del día.
Lo que antes
eran prácticas circunstanciales, fugaces y efímeras (recibir y hacer
llamadas por teléfono) o algo más duraderas en un día común y corriente
(ver televisión, escuchar música) se convirtieron en obsesiones
comunicativas de tiempo completo.
Con el IPhone, el smartphone
aclamada como el teléfono inteligente, se concentró en un pequeño
artefacto ‒devenido en un fetiche tecnológico, frente al cual los tótems
e imágenes religiosos parecen juego de niños‒ un conjunto variado de
actividades, generalmente consideradas como parte del ocio y del tiempo
libre, escuchar música, ver un video, enviar un mensaje, hacer una
llamada…
Eso antes formaba parte del tiempo externo, por decirlo así, del
individuo, distinto al estudio o al trabajo. Ese tiempo externo que
antes podría considerarse como el tiempo de la vida (diferente al tiempo
laboral) ahora se ha hecho dominante y envuelve todo y ha sido, es lo
más importante, sometido a la lógica mercantil, convertido en un
negocio.
La mercancía se ha apoderado de la vida privada e íntima
de las personas, con su consentimiento como si fuera expresión de
libertad y autonomía. El uso del IPhone ha convertido a la gran mayoría
de sus usuarios en consumidores compulsivos y enfermizos que devoran lo
que se les ofrece a través de la pequeña pantalla, con la que se da la
impresión de tener el mundo al alcance de un dedo y esto se ha
encubierto con la ideología, impulsada por las grandes empresas de
Silicon Valley y sus gurús mediáticos, de la necesidad de estar
conectado de manera permanente, so pena de quedar fuera del mundo.
De
esta forma, se ha colonizado el tiempo de la vida por parte del reino
mercantil y hay que mantener pegado a la diminuta pantalla a cada
usuario como si eso fuera el aspecto principal y único de la vida de los
seres humanos. Esa dependencia originó una nueva patología: el
cretinismo digital.
2- Lo acontecido en los dos últimos años con la difusión mundial del Covid-19, una verdadera pandemia del capital, ha venido aparejada por
otra pandemia, aún más catastrófica y permanente: el cretinismo
digital. Sin embargo, este Síndrome de la Estupidez Informática [SEI] ni
se menciona, porque se ha convertido en algo normal y cotidiano.
De la
misma manera que el coronavirus, el cretinismo digital ha infectado de
manera generalizada a gran parte de la población mundial, con la
diferencia de que no se le considera un problema de salud pública sino
una bendición divina. Sin importar el origen étnico, la clase, la edad,
el sexo, la nacionalidad, la religión, las convicciones políticas el
cretinismo digital es una terrible epidemia que, para completar, no es
vista como una enfermedad.
No surgió con la Covid-19 ni mucho menos, es
anterior en sentido estricto, pero la difusión del coronavirus y las
medidas de confinamiento y aislamiento social que se implementaron en el
mundo entero para combatirlo crearon las condiciones epidemiológicas
complementarias para que se expandiera a niveles sin precedentes.
No se ha necesitado de mucho tiempo para sufrir a vasta escala el
cretinismo digital. Y no es una exageración hablar de cretinismo, si se
recuerda que este padecimiento se manifiesta en que quienes lo sufren
viven ensimismados, deformes y sombríos, sus mentes dan la impresión de
estar vacías, no tienen ningún contacto social y solamente dan muestras
de su existencia cuando de sus caras salen unas sonrisas casi
inexpresivas.
En el año de 1788, el explorador Thomas Martyn registraba
de esta forma el cretinismo de los habitantes de algunas regiones
alpinas de Francia: «Su cuerpo se asemeja al de un enano, parecen
deformes y sombríos, sus mentes vacías de toda actividad. Su sonrisa
sólo indica que el cretino es un animal viviente».
Cuando hoy se
habla de cretinismo digital resulta notable como reaparecen estos
síntomas del cretinismo en su versión digital. Esa noción, por
extensión, se entiende como estupidez, bobería, estulticia, ineptitud,
idiotez.
El cretinismo digital tiene unos síntomas que pueden ser fácilmente detectados y enumeramos esquemáticamente:
Quien lo padece anda pegado día y noche a la pantalla del celular, sin
parpadear, sin pasar saliva, uno de sus dedos, preferentemente el
pulgar, se mueve maquinal y mecánicamente sobre la pantalla,
compulsivamente espicha unas teclas o desliza el pulgar por la pantalla
de arriba abajo. No mira, ni ve, ni siente nada de lo que discurre a su
alrededor.
Cuando el cretino digital camina lo hace en una postura que niega el
carácter erguido de nuestra fase evolutiva y parece mirando al suelo
cuando observa la pantalla, no importa si se estrella con alguien o con
algo.
El cretino digital habla mientras camina, gesticulando y gritando, como
si dialogará consigo mismo. Se asemeja a un títere que se mueve como si
alguien lo estuviera moviendo a través de una cuerdas invisibles.
Generalmente, el cretino digital lleva el celular en la mano, como si
ese aparatejo fuera una continuación de ese órgano vital, y no puede
despegarse del mismo, ni siquiera cuando debe satisfacer sus necesidades
fisiológicas.
Si se ve obligado a guardar el móvil por alguna razón externa
(trabajar, entrar a una clase, bajarse del bus…), más se demora en
meterlo en el bolsillo que en volverlo a sacar, puesto que en promedio
el cretino digital consulta su móvil unas 200 veces al día.
Siente una terrible angustia, depresión, deseos de desaparecer de la faz
de la tierra ante dos situaciones: una, si se le llegase a olvidar el
celular en casa y, dos, si se corta súbitamente la comunicación. En ese
caso le sudan las manos y el cuerpo, se enrojece su cara, llega a
llorar, sus ojos se brotan como efecto del dolor que le produce la
terrible perdida de estar desconectado, así sea por una breve fracción
de tiempo. Prefiere que se le muera un ser querido a que se le pierda el
celular.
Una de las expresiones más notables del cretinismo digital es la pulsión
de la muerte, puesto que el enfermo suele arriesgar la vida por cosas
tan estúpidas como tomarse un selfi en el borde de un precipicio, o en
el último piso de un rascacielos, o metiendo una mano o parte del cuerpo
en la boca de un tigre o un caimán. No importan los riesgos, puesto que
el cretino digital quiere figurar de manera inmediata en los registros
de las redes antisociales y le basta simplemente con que le escriban “me
gusta” para sentir que existe. Otra manifestación de la pulsión de la
muerte no tan extrema, más cotidiana, es simplemente atravesar avenidas
chateando y sin mirar alrededor o conducir a alta velocidad con el
celular pegado al oído.
3- Es un cretino el chofer de un taxi, un autobús, un carro
particular que pone en riesgo su propia vida y la de los pasajeros
atendiendo al tiempo dos, tres y hasta cuatro artefactos digitales. Y
más cretino todavía es cuando alguien, un caso cada vez más raro, le
hace el reclamo por su irresponsabilidad, y en forma airada le dice al
pasajero que descienda del taxi para que él pueda seguir usando en forma
indiscriminada el IPhone y otros artefactos.
Es una cretina la
persona que habla, chatea o usa el IPhone al atravesar una gran avenida,
sin observar que pasa a su alrededor y sin siquiera contemplar el
semáforo. Ese cretinismo ha ocasionado muchas muertes en el mundo.
¡Seguramente, los que mueren de esa forma tan poco gloriosa, seguirán
chateando en su “teléfono inteligente” en el más allá, comunicándose con
San Pedro, con Alá o con Buda, según fueran sus creencias religiosas!
Es un cretino o cretina el hombre y la mujer que se toma una selfi en
un lugar riesgoso, poniendo en peligro su propia existencia, lo que
efectivamente ha significado la muerte de miles de personas, la mayor
parte de ellas jóvenes.
Son cretinos y cretinas digitales el
profesor, el médico, la enfermera, el dentista o cualquier trabajador
que de manera compulsiva consulta el celular, aunque este en actividades
laborales.
Son cretinas las personas que cuando van a tomar un
café o a almorzar en lugar de hablar entre ellos en forma obsesiva
consultan sus celulares y se incomunican del resto de mortales.
Una
manifestación del cretinismo digital se percibe a diario con el afán de
conectarse al wi-fi y de buscar con ansiedad un enchufe en donde
recuperar la señal que se ha perdido en un celular, por el agotamiento
de su batería.
Algunos cretinos digitales se han suicidado cuando
por unas horas dejan de funcionar los smartphones y sienten que el mundo
se ha acabado y no vale la pena vivir, sin recibir mensajes basura
durante una fracción del día o de la noche.
Son cretinos digitales
las parejas que interrumpen sus relaciones sexuales para contestar un
mensaje o una llamada a través del celular. También son cretinos
aquellos que en forma simultánea tienen relaciones sexuales y miran su
celular.
Son cretinos digitales los que duermen junto al móvil, y quienes
comienzan el día consultándolo y se acuestan y se duermen
contemplándolo.
Son cretinos digitales la mayor parte de los pasajeros de un avión
comercial que, pese a las advertencias sobre los riesgos que para la
seguridad de un vuelo genera la utilización de artefactos digitales lo
hacen con toda la impunidad y complicidad del caso.
Y esos mismos
pasajeros muestran su elevado grado de cretinismo cuando ha terminado un
viaje aéreo y apenas ha aterrizado el avión y una azafata sugiere que
se puede usar el celular y de inmediato como si fuera una orden dada a
perros amaestrados, al estilo de los de Paulov, todos desenfundan sus
celulares.
Son cretinos digitales los participantes en una charla, una conferencia,
un conversatorio, un panel que mientras alguien está hablando allí
mismo chatean obsesivamente o hablan sin respetar el uso de la palabra.
Es un cretino o una cretina digital el hombre y la mujer que en un
autobús hablan, vociferan, pelean, rompen relaciones sentimentales a
grito entero, sin importar quien está allí.
Son cretinos digitales quienes viven pegados a las redes antisociales,
mediante las cuales reciben o remiten todo tipo de mensajes, entre ellos
falsas noticias (fake news) a las que creen sin pestañear.
En suma, el cretino digital se caracteriza por la pérdida de cualquier
sentimiento de autoestima, dignidad y respeto por sí mismo. Lo define la
incontinencia digital, ese deseo irresistible de contestar una llamada,
un mensaje, de prender el celular, de estar conectado…
Así como la
incontinencia urinaria significa la pérdida del control de la vejiga y
la incapacidad para controlar la micción, la incontinencia digital
implica la incapacidad de controlar el pulgar para responder mecánica y
maquinalmente a cualquier mensaje que llega por la pantalla del
smartphone.
4- Si se tratan de medir cuantitativamente los efectos del cretinismo digital pueden mencionarse varios datos reveladores.
Primero, en términos ambientales: En los países industrializados nueve
de cada diez personas tienen, por lo menos, un celular y allí cada
persona gasta cinco horas pegadas al móvil; la huella de carbono
generada por los smartphones alcanza el 14% a nivel mundial, cifra
impactante si se tiene en cuenta que es superior a la del sistema de
transporte; para producir un móvil de 80 gramos se consumen 44,4
kilogramos de recursos naturales y 12 litros de agua limpia; en estas
condiciones, si una persona cambia de móvil cada dos años, al cabo de
medio siglo habrá gastado una tonelada de recursos del mundo, eso sin
contar el gasto de energía ni del transporte; una sola batería del móvil
contamina hasta 600.000 litros de agua; cada smartphone produce 95
kilos de CO2 en su vida útil de dos años.
Segundo, en términos mentales y cognitivos: ansiedad incontrolable
cuando se olvida el móvil, una verdadera adicción (que llaman
nomofobia), similar a la sensación que genera consumir cocaína; un
estrés permanente, que se manifiesta en la cantidad de veces que se mira
el celular y se contestan o envían mensajes; se producen efectos
cognitivos de índole negativa, entre los que sobresalen ansiedad,
depresión, falta de atención, déficit de concentración, incapacidad de
dedicarse a hacer una sola cosa; uno de los efectos más comunes es el
insomnio y la pérdida de sueño por la prolongada exposición a la
luminosidad de las pantallas, con los efectos derivados que eso tiene
sobre la vida humana.
Tercero, Efectos físicos: la utilización rutinaria de movimientos
mecánicos de las manos y los dedos genera dolores, rigideces, aparecen
tendinitis e incluso una nueva enfermedad a la que se ha denominado
Whatsappitis y que consiste en la parálisis de la mano por el uso
prolongada del pulgar en la acción de pulsar el celular; dolor de
cuello, por sobrecarga y tensión en los hombros y cuello, debido a la
postura forzada de pasar mucho tiempo con el smartphone en las manos, lo
cual genera deformidades, incluso en la columna vertebral, y mucho
dolor; dolores de cabeza, motivados por las muchas horas de conexión,
con sensación de mareo; problemas de visión, al mirar durante mucho
tiempo una pequeña pantalla luminosa lo que requiere un gran esfuerzo
para los ojos, lo que se llama fatiga visual digital.
Además, las
pantallas LED de los dispositivos digitales emiten una luz con elevada
proporción de onda corta que produce daño en los ojos y en otras partes
del organismo; obesidad digital, esto es el aumento de peso por el
sedentarismo permanente.
Para redondear, el celular está asociado a
ciertos tipos de cáncer, en la piel, en el cerebro, en diversos órganos
del cuerpo, debido a la cantidad de ondas electromagnéticas y de radio a
que se ven sometidos quienes lo usan y máxime cuando lo tienen pegado
al cuerpo y al oído.
El abuso de la utilización del celular, que lleva a
que se manosee de manera incesante y compulsiva, con poca higiene en
las manos, es una condición para que allí se alberguen gran cantidad de
gérmenes, hasta el punto de que un celular que se ha usado durante un
día puede llegar a acumular hasta 10.000 gérmenes por centímetro
cuadrado, muchos más que los que se encuentran en un inodoro; incremento
de dolores crónicos en las manos, en la espalda, en las muñecas, en el
pulgar…
Quinto. Efectos sociales: El cretinismo digital se manifiesta en el
individualismo obsesivo, del que son ejemplo el millón de japoneses que
se niegan a tener contacto con el mundo exterior y solamente establecen
relaciones virtuales y nunca hablan con nadie ni tienen contacto físico
con ningún ser humano de carne y hueso.
La soledad, el aislamiento, el
deseo frustrante de figuración, el carácter fugaz y artificial de los
vínculos virtuales genera perdida de autoestima, desanimo permanente,
subvaloración individual y menosprecio por sí mismo al no recibir
menajes y respuestas de manera inmediata; otro efecto es la ruptura de
vínculos sociales y relaciones personales.
Apatía, desanimo y
frustración son algunas de las manifestaciones del cretinismo digital,
que evidencian la profusión de comportamientos antisociales, al punto
que quienes padecen ese mal no parecen seres humanos sino robots
amaestrados.
En síntesis, el cretinismo digital es una muestra de que los
dispositivos digitales tienen efectos múltiples, o más precisamente
“afectan a los cuatro pilares básicos de nuestra identidad: el aspecto
cognitivo, el aspecto emocional, el aspecto social y la salud”. [M.
Desmurget, La fábrica de Cretinos digitales. Los peligros de las
pantallas para nuestros hijos, Península, 2020, p. 183].
5- Un importante estudio del neurocientífico francés Michel Desmurget
recalca la manera como en el mundo actual se están formando cretinos
digitales y se ocupa centralmente de los niños. Pero el cretinismo no
solo se ha difundido entre los niños y adolescentes.
No, el cretinismo
digital es una enfermedad que recorre todas las edades, adquiriendo un
carácter intergeneracional que ninguna otra pandemia ha tenido antes.
Por supuesto, la pandemia empieza desde la tierna infancia, desde el
momento en que los padres les suministran un artefacto digital a sus
hijos y este es manejado de manera incontrolable por niños y jóvenes.
Ese es un instrumento que garantiza el funcionamiento aceitado de la
fábrica de cretinos digitales.
Ahora bien, ese cretinismo debe enfrentarse porque no es una fatalidad
de la evolución humana o algo por el estilo; es producto del capitalismo
realmente existente y sirve a sus propósitos de reducirnos a seres
pasivos, consumistas, cultores de la lógica mercantil y dominados por
las pantallas.
Esa lucha empieza por recuperar hábitos, costumbres,
formas de comportamiento que van en contra del fetichismo digital.
En
este sentido e igual que los niños necesitamos palabras, sonrisas y
abrazos. Necesitamos recuperar los vínculos sociales y colectivos,
desprendernos de los artefactos y usarlos solo cuando sea estrictamente
necesario.
En muchos lugares del mundo se está impulsando un minimalismo digital,
una forma de combatir el cretinismo y la bulimia digitales.
Ya está
quedando claro para muchas personas en diversos lugares del mundo lo que
significa el cretinismo digital y por eso han empezado a combatirlo de
una manera radical: dejando de usar el teléfono celular lo que, en gran
medida, es como resucitar, volver a vivir.
Claro, no todos están dispuestos a tomar esa medida, pero otra propuesta
apunta a impulsar ese minimalismo digital que supone reducir de manera
drástica el tiempo de exposición a las pantallas, y en primerísimo lugar
a los celulares.
Algunos proponen usar un teléfono de una generación
anterior, en el tan solo se pueda telefonear y recibir textos y nada
más.
Con una medida tan elemental se disminuiría sustancialmente los
factores de riesgo que generan el cretinismo digital.
Y eso supondría
dedicarles más tiempo a los hijos, a la familia, a los amigos, a la
lectura, a la política, al arte, a caminar, al deporte, todo lo cual es
indispensable en la vida humana.
Enfrentar el cretinismo digital es una lucha política y no solo
sanitaria, porque supone proponer otro manejo del tiempo, que no se
reduzca a la mercantilización de todo lo existente. Es recuperar el
tiempo de la colonización mercantil y consagrarlo a razonar, pensar y
actuar, porque la lucha por otro mundo requiere mucho tiempo libre.
Afrontar el cretinismo digital no significa desconocer la importancia
que han tenido las tecnologías digitales en diversos terrenos, sino
renunciar a su absolutismo totalitario que ha invadido los más diversos
ámbitos de la vida humana y ha pretendido transformarnos de Homo Sentis
en Phono Sapiens.
Se ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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