La vida de los parados narrada por ellos mismos

Artículo perteneciente al número 125 de “Estudios” Revista Ecléctica. Valencia. Enero de 1934.

El Instituto de Economía Social de Varsovia, en diciembre de 1931, publicó un llamamiento dirigido a los obreros en paro forzoso, invitándoles a "describir los esfuerzos que han de realizar para obtener un pedazo de pan y a pintar su situación actual".

A pesar del corto plazo que se señalaba para la admisión de trabajos, el Instituto había recibido, en 15 de febrero de 1932, 774 respuestas, cifra que equivale a una respuesta por cada 400 parados inscritos en los registros de las Bolsas de Trabajo. El Instituto publicó un voluminoso tomo en el que estaban contenidas las 57 respuestas que se consideraron como más interesantes. La Revista Internacional del Trabajo publicó en su número de marzo de 1933, un informe de J. Rosner acerca de esta encuesta, que constituye un documento de primerísimo orden, no sólo en tomo a los parados polacos, sino también acerca de la psicología de los sin trabajo de todos los países. Nos limitaremos, ahora, a reproducir, en este estudio, los párrafos más esenciales que contiene dicho informe del señor Rosner.

En realidad, un análisis frío y científico de tales gritos de desesperación, de estas confesiones que casi siempre iluminan hechos dolorosos o pensamientos vergonzantes, parece algo desplazado. Así, nos limitaremos, en lo posible, a conceder la palabra a los propios parados, concretándonos a extraer de sus narraciones algunas ideas generales. El tema de las explicaciones varía considerablemente: ora se trata de biografías que abarcan la vida entera, desde la más tierna infancia, ora son narraciones detalladas que se refieren sólo al período de paro forzoso. Unos cuentan sus esfuerzos para obtener pan y trabajo; otros pintan la miseria de su vida personal o familiar; los más, en fin, aun haciendo conservar a sus cuartillas el carácter biográfico, desenvuelven teorías económicas o políticas destinadas a resolver los problemas ante los cuales les ha situado el paro forzoso.
El instante más dramático de estas existencias es el que se refiere a la pérdida del trabajo.
Las escenas de despido quedan para siempre grabadas en la memoria del parado, y no hay casi ninguna narración que omita describirlas. Cuando, en lo por venir, se estudien las (neurosis del paro forzoso), como ahora se están estudiando las de la guerra, los indagadores habrán de interesarse forzosamente y de una manera especial en el análisis de este momento, que representa la gran catástrofe del sin trabajo: el despido.

He ahí de qué manera uno de los afectados describe este acaecimiento:
-¡Bien!, ¡Ya nos han despedido!- Ahora hemos de preguntarnos: después de tan penosa noticia, queda todo en el estado anterior? Francamente, hemos de confesar que no. Quien se interese por estudiar la psicología del obrero apercibirá, después de tal escena, un cuadro de miseria. Una vez oídas las palabras del director, parecía que todo acababa de cambiar: los hombres, las máquinas; el mundo entero era distinto.
Los hombres caminaban sombríos, anegada la faz en una palidez mortal. Al cabo de un momento comenzaron a formar grupos y movían la cabeza con perplejidad.
Las máquinas, como si quisieran sofocar con su ruido aquel horrendo y angustioso pensamiento, roncaban continuamente y más fuerte que de ordinario, sonando a hueco. Así comienzan dos interminables semanas de extenuante vegetación.

Otra fase del drama se desarrolla en el hogar cuando el obrero comunica a los suyos la noticia de la pérdida del empleo. A partir de tal instante se inicia su nueva existencia. ¿De qué medios de subsistencia dispondrá de ahora en adelante?
El Instituto de Economía Social ha agrupado los informes contenidos a este respecto en las memorias aludidas, y ha llegado a las siguientes conclusiones:
La principal fuente de ingresos de una familia de parados parece ser las ocupaciones temporeras que se encuentran al azar: recados, reparaciones domiciliarias, fabricación de toda clase de artículos para venderlos por las calles, etc. Las mujeres prefieren lo que vulgarmente se llama «hacer faenas», los trabajos domésticos, etc. En realidad, todo período de paro forzoso transcurre entre esta clase de ocupaciones.
En segundo lugar están las subvenciones de algunos Institutos, socorros muy difíciles de obtener; para percibirlos precísase toda la perseverancia que es capaz de reunir un hombre. Los trabajos recopilados a que nos referimos están repletos de descripciones referentes a las gestiones reiteradas y penosas que hay que hacer, tanto desde el punto de vista físico como moral.
En tercer lugar concurren a mitigar la miseria de los parados los auxilios de los familiares y de las personas caritativas. Existen casos en los que lo mismo los amigos que los vecinos invitan al despedido a comer o cenar. Pero los parados saben por dolorosa experiencia que la miseria extrema crea la aversión, incluso entre los más allegados. Procuran, pues, disimular su verdadera situación durante tanto tiempo como les es posible. Ya que, mientras la familia o los vecinos no están al corriente del verdadero estado del individuo, éste puede proporcionarse, de vez en cuando, el gustazo de hacer una comida o una cena opípara. Pero, tan pronto como la miseria no puede ocultarse, el orgullo o la dignidad impiden al parado explotar esta vena. Así, se agota rápidamente, y, a menudo, en el instante mismo en que comenzaba a hacerse indispensable.
La busca del auxilio de los parientes y amigos se trueca fácilmente en mendicidad.
Más adelante nos ocuparemos de este asunto con mayor detenimiento al tratar de los parados mendicantes. Una fuente de ingresos, también importante para los parados, aunque limitada y pasajera, es la venta o el empeño de los muebles, enseres y prendas de uso personal. La aplicación rigurosa de la ley económica, conocida bajo la denominación de "utilidad marginal", obliga al obrero a desprenderse de objetos que, a veces, le son muy queridos, pero que no son tan indispensables para la vida como los alimentos y la calefacción.

A base de los informes e indicaciones que contiene la memoria del Instituto citado, ésta colocó en último término los recursos que provienen de los préstamos y Seguros contra el paro, al igual que los socorros de las organizaciones especialmente dedicadas al efecto, porque de entre 556 personas tan sólo 46, es decir, el 8%,mencionan semejante auxilio.

En efecto, gran número de obreros en paro forzoso no llenaron, a su debido tiempo, los requisitos indispensables para obtener los préstamos o el pago del Seguro y menos el socorro prescrito por la ley. De otro lado, tal auxilio tiene una duración limitada, en tanto que el paro se prolonga durante meses y aun años. Además de estas distintas formas de proporcionarse ingresos, el presupuesto del parado recurre a dos sistemas de crédito: el que le proporciona el comerciante y lo que paulatinamente va adeudando al propietario.

Pero también estos créditos son bastante limitados. El comerciante se entera muy pronto de que el cliente se halla sin trabajo y se niega a fiarle más las sumas que se debe por alquileres que van acumulándose, y, al fin, el obrero es expulsado de su vivienda. Es así como se transforma en vagabundo y su familia se entrega a la mendicidad.

Después de este rápido análisis del presupuesto del parado, volvamos a ocuparnos de su manera de vivir, según se desprende de lo que se cuenta en los datos biográficos que han dado origen a este resumen.

En la enorme mayoría de los casos, las primeras semanas de la vida de parado se caracterizan por una febril actividad en busca de trabajo. Los socorros del Seguro contra el paro forzoso, que el obrero percibe durante trece o dieciséis semanas, o las insignificantes economías que logró reunir, le permiten sostenerse a flote y no sumirse inmediatamente en la miseria. Por lo general conserva algún optimismo durante tan corto período. La experiencia de los despidos de otras veces, que iban seguidos de un nuevo contrato de trabajo, le incitan a buscar ocupación, primero, en aquella rama de la actividad profesional en que se sabe fuerte; luego, en otras, y finalmente, en todas. Veamos de qué manera uno de los más jóvenes participantes en este concurso traduce su estado de espíritu durante esa primera etapa.
-Mañana será otro día; un día en el que, acaso, encontraré trabajo. Cada día me agarro a este pensamiento como a una tabla de salvación. A veces me asalta la idea de que es lo único que me une a la vida, de que esta misteriosa fe en el mañana me traerá, como una buena nueva, el trabajo. ¡El trabajo! Quiero trabajar. Esta voluntad laboriosa es lo único que poseo, y es tan absolutamente lo único, que me parece curiosísimo cuando me detengo a reflexionar acerca de ello. Me estoy paseando por sobre un abismo cubierto tan sólo de débiles y finas tarimas. Estas maderas son mi fe en el mañana. Y es que el mañana crea una ilusión de mejoramiento. Hoy me hallo sumido en la miseria ; pero, ¿y mañana? Mañana puedo encontrar trabajo. ¿Cómo puedo? Mañana debo encontrar trabajo, he de poder comer según las exigencias de mi hambre. Y, asimismo, deben poderlo mi padre, mi madre y mis hermanos. Arrojo de mí el pensamiento de que llegará un día en que ya no podré saltar de la cama, salir a la calle y recorrer febrilmente las columnas de anuncios de los periódicos matutinos; que no podré descender a los barrios fabriles acechando escaparates y puertas en busca del anuncio: "Falta operario". Si algo hay en mí que se mantenga joven es eso solamente.-

El mismo obrero describe a sus camaradas cuando deambulan por las calles, un paso peculiar, un caminar sin fin, una mirada errante. Acuden temprano a los transparentes de los periódicos y a las listas de la Bolsa de Trabajo. Devoran con los ojos las columnas impresas con caracteres diminutos. Absorben las direcciones hasta que el cerebro las asimila... y corren ansiosos de llegar primero. Deben correr. Les va en ello la existencia.
Pero, a menudo, la búsqueda de un empleo (el más penoso de todos los trabajos puesto que es gratuito) no da resultado alguno.
 
Esta primera fase de una actividad febril va seguida, entonces, de un estado de pesimismo que, luego, se convierte en apatía. Paralelamente al agotamiento físico, que esla resultante de una falta de alimentación progresiva, se apodera del parado una depresión psíquica, porque comprueba la inutilidad de sus esfuerzos por hallar una ocupación duradera. A menudo, los obreros en paro forzoso experimentan una a modo de vergüenza por su situación; se consideran como seres de quienes nadie necesita. Su falta de trabajo les parece un signo evidente de inferioridad en este mundo, en el que el trabajo es la única riqueza y el exclusivo medio de asegurarse un lugar honrado en la sociedad ; se sienten, a veces, como el campesino del medievo debió sentirse ante los nobles.

-Los amigos de antes y los conocidos de otros tiempos —dice uno de los parados— no me demuestran el mismo afecto ; me tienden la mano con indiferencia, no me ofrecen ya cigarrillos, y su mirada parece decirme: -*No eres digno porque no trabajas*-.

Se ha hablado a menudo de la pereza voluntaria de los obreros que se sienten satisfechos de poder cobrar su pensión de parados sin trabajar. Los relatos de aquellos de entre los mismos que concurrieron al concurso, son una prueba fehaciente de la falsedad de tal alegato. Los obreros parados no acuden alegremente a cobrar esos auxilios o cualquier otro que les otorgue el Poder público. Y si lo aceptan, es porque se ven constreñidos a ello para no morir de hambre; pero al cobro de tales pensiones prefieren un trabajo cualquiera, por penoso y duro que sea.

Las narraciones de los parados, que permiten abarcar en lo vivo todo el proceso de degradación física y moral. a que lanza el paro forzoso a la clase obrera, evocan, asimismo, todos los peligros que presentan una formidable masa de parados para las condiciones de trabajo de los propios obreros. Allí donde no hay Sindicatos fuertes y compactos, los obreros se hallan siempre dispuestos a aceptar trabajo en no importa qué condiciones. Casi siempre las huelgas que se declaran, fracasan. Uno de los parados describe una huelga de obreros a los cuales no se les pagaba con regularidad los jornales. Estos obreros se habían agrupado ante la puerta de la fábrica y no permitían la entrada a nadie. Al cabo de algunos días corrió el rumor de que algunos de ellos habían entrado al trabajo saltando por la tapia. Diéronse gritos con objeto de obligar a salir a los "esquiroles" e incluso se eligió una Comisión para invitarles a hacerlo. Pero otros protestan, temerosos de que los delegados aprovechen la ocasión para sumarse al trabajo.
Entonces se acuerda que nadie entre. Pero pronto el grupo de huelguistas comienza a disminuir hasta que, pasadas unas horas, todos están ya frente a sus máquinas.

Y ¿ qué decir de lo que acontece en el hogar? Temprano o tarde, todo parado cae en la más extrema miseria, ya sea por unos meses, ya durante años. Poco a poco desaparecen los muebles y las habitaciones están vacías, sin luz por las noches, y los vestidos se transforman en harapos. Uno de los que han vivido esta situación describió una vivienda habitada por una familia de cuatro personas, dos de ellas niños menores...
-Viven todos de lo que gana el padre fabricando persianas de caña, que vende enseguida por las casas al mayor precio posible, pero a veces muy barato, porque lo esencial es vender. Durante la semana expende de quince a veinte piezas y viven de la ganancia que esto reporta. Su existencia es tan mísera, que apenas puede comprenderse cómo se sostienen en pie. Desayunan alrededor de las once de la mañana y como plato fuerte toman una sopa de pan de cebada con aceite o sebo y algunas patatas. El pan blanco lo prueban tan sólo una o dos veces por semana. La comida tiene lugar de cuatro a cinco de la tarde y se compone del mismo "menú!". Esta es su vida de cada día y de todo el año. No hay fiestas para ellos, ni domingos, ni nada; y no puede haberlos, puesto que todos los días comen lo mismo.
Son las seis de la tarde. La habitación en que vegetan está a oscuras; todos duermen.
Pero no, no duermen ; están acostados para ahorrar la luz, y, aunque nadie habla, todos se hallan despiertos. Cada uno de ellos tiene una preocupación; a cada uno le atormenta un sufrimiento, le devora un malestar..., pero no duermen, porque no pueden. Y llega la noche, silenciosa como la tumba, interminable como la eternidad. Y tampoco duermen, porque sopla el frío y les corroe el hambre.
En un rincón del cuarto, un hombre permanece encorvado trabajando día y noche, aspira el aire enrarecido con el pecho hundido, y el sudor humedece, a pesar del frío, su frente. Es el padre de familia que trabaja, trabaja, para terminar cuanto antes todas las persianas y salir, para gritar de casa en casa: -¿Faltan persianas?. La habitación está helada porque no pueden encender fuego... Tan sólo algunos días hacen arder el carbón que el niño mayor recoge por las calles, del que cae de los carros de transporte o de los capazos del carbonero...-
 
He aquí otra escena del mismo tenor: -Un día, mi madre nos coció las pocas patatas que quedaban con la piel y todo. De repente alguien llamó a la puerta. Abrió mimadre y se nos presentó un mendigo que pedía limosna. Le enseñamos las patatas, explicándole que no nos quedaba más que aquello para comer. Y el mendigo se apiadó de nosotros..., sacó del zurrón todo el pan que llevaba, algunos terrones de azúcar y algún que otro pedazo de salchichón, lo dejó sobre la mesa y salió sin pronunciar palabra. Y mi madre lloró largamente, amargamente.-

No es, pues, extraño que, con semejante régimen, las fuerzas disminuyan rápidamente. Los hábitos se truecan en costumbres y los parados permanecen cada vez más en su casa. En invierno, cuando el frío aprieta de veras en la calle y en el interior del hogar, los parados y sus familias procuran dormir lo más posible y pasan la mayor parte del tiempo en la cama. Inevitablemente, tal situación ejerce una nefasta influencia en la vida familiar. La convivencia de varias personas en una misma habitación en la que al poco tiempo empiezan a faltar los muebles y no hay dónde sentarse, dónde comer o dónde dormir; en donde cada vez hay menos comida a repartir y la atmósfera se va haciendo deprimente y desesperante, todo contribuye a desencadenar constantes altercados. -Donde hay miseria entra la discordia...- Este es un refrán acertado que inventó una muchacha en paro forzoso y que cita en su informe. Se acentúa la disolución de la familia y se abre el camino al vagabundaje y a la prostitución.

Las primeras víctimas del paro forzoso son los niños. Los niños de los parados, naturalmente. Tan importante tema forma un capítulo aparte en la descripción de la miseria de los sin trabajo. No hay relato alguno en el que no se pinte la desesperada y tenaz lucha de los padres para poder llevar pan a sus pequeños, los sacrificios que han de hacer para salvarles. Véase a este respecto un cuadro por demás emocionante:
No sólo los adultos, los que tenemos hijos y nos sentimos padres, cargados de deberes, no apreciamos ya más la belleza de la primavera, sino que también nuestros hijos se muestran indiferentes a la pulsación de la vida primaveral. Como hay mucho rencor y tristeza en la vida de nuestros hijos, nosotros, los padres, procuramos ocultar a su vista todo infortunio; queremos permitirles que sean niños; tratamos incluso de mostramos alegres para infundirles jovialidad. Pero es en vano. El niño que tiene hambre y frío adivina en nosotros esa alegría ficticia y no la absorbe, porque jamás ha sido niño. Desde su más tierna edad ve lágrimas, preocupaciones y tormentos en el rostro de sus padres. E1 hijo del sin trabajo es un niño en apariencia tan sólo. Está pálido, enfermizo, esmirriado y esquelético. Bajo su cráneo escóndense no pocas experiencias tristes y dolorosas, mucho desespero, dolor y sufrimientos. Jamás está despreocupado ni alegre. Son niños por su aspecto externo, pero sus actos no son infantiles: son de anciano. A1 comiezo de nuestra miseria, los niños lloraban cuando querían comer. Caminaban por la habitación gimiendo y empujándose, lo cual provocaba todavía más llanto y tribulación. Queriendo castigarles, la madre les golpeaba ciegamente, en medio de las tinieblas, porque, casi siempre, por la noche quedábamos sin luz. Pero cuando les oía llorar más fuerte, sollozaba ella también. Se sentaba sobre las baldosas y abrazaba a sus hijos que se apretujaban contra su pecho... y, entonces, durante largo tiempo, los cuatro derramaban copiosas y cálidas lágrimas. Luego cesaron de llorar. Y hanse puesto monótonos y silenciosos. Sus rostros están como esculpidos en mármol, con sus grandes ojos muy abiertos en una expresión continua de horror. Puede leerse mucha, mucha tristeza en la mirada de esos niños; desde hace mucho tiempo ninguna sonrisa ha desplegado esas caras, de las que ha desaparecido toda alegría, ahuyentada por el hambre y el paro forzoso.
-He aquí cómo son nuestros hijos, los hijos de los obreros sin trabajo.-
Pero hay, asimismo, descripciones de escenas brutales: Lo más difícil para una madre es la distribución de las patatas cocidas a los niños indisciplinados. Cada uno se cree lesionado en sus derechos y quiere reivindicarlos. Y no creáis que una querella de niños sea cosa de risa. A menudo se convierte en una verdadera y seria batalla. En tales casos jamás la pelea se desarrolla a puñetazos, puesto que todos se sienten débiles y vacilantes como una sombra. Cogen cuchillos, tijeras, pedazos de hierro y los lanzan contra los demás con toda la fuerza de que son capaces. Y ¿por qué ? Tan sólo por la posesión de unas patatas podridas.

Esta vida miserable, caracterizada por los sufrimientos morales y la inactividad, por las humillaciones constantes, por el hambre y el frío, produce efectos dispares entre los parados. Cada uno de ellos reacciona de manera distinta. Recorriendo las narraciones autobiográficas contenidas en las Memorias de los parados, se distinguen dos tipos psicológicos esenciales entre los sin trabajo.

En primer lugar está el grupo, numéricamente el más importante, de personas que todavía no han perdido la esperanza de hallar un nuevo empleo y la fe en poder mejorar su situación social ante la crisis. Todas han reducido enormemente su nivel de vida y se sostienen merced a trabajos temporeros y a algunos auxilios externos: pensiones auxilios en especie que les proporcionan las Instituciones de socorro a los parados. Entre esta categoría de individuos la mayoría son resignados, sobre todo cuando se trata de obreros ya entrados en años. Pero aquellos jóvenes que se hallan incluidos en tal división, proclaman casi siempre, más o menos abiertamente, su espíritu de rebelión contra el orden económico y social existente. Son, por lo general, individuos imbuidos de un espíritu socialista: su actitud frente a los problemas de la vida está siempre caracterizada por la reflexión y la crítica. Pero, prácticamente, no se salen del límite que se habían trazado en su vida anterior.

El segundo grupo lo componen los "desplazados". Después de realizar esfuerzos más o menos prolongados para conservar su rango social, decídense a abandonar el medio en que vivían ; los varones se hacen vagabundos, mendigos, ladrones o bandidos; las mujeres se prostituyen. Es natural que tales gentes no figuren entre los participantes al concurso. No obstante, los relatos de otros parados los mencionan. No resulta factible trazar una línea divisoria neta entre estas dos categorías, ya que se ha comprobado existen fluctuaciones constantes entre ellas. Particularmente la mendicidad y el robo hállanse a menudo también entre las personas del primer grupo, y, otras veces, los "desplazados" se deciden a ejecutar un trabajo temporero.

Hemos dicho que las ideas críticas se manifiestan sobre todo en el grupo primero.
Esos obreros sin trabajo sufien tanto por las privaciones como por las humillaciones constantes de que son víctimas. Los más débiles ven enemigos en las personas de quienes depende directamente su suerte: el patrono, el propietario del inmueble, el funcionario de la oficina de colocaciones o el de la de socorros, etc. Pero aquellos de entre los mismos que poseen cierta cultura y han llegado a comprender la complejidad de la vida social, formulan críticas mucho más generales a base de su experiencia personal; hablan de la política del Estado, de los problemas políticos y económicos internacionales, de la distribución de las riquezas, del estado de espíritu de la clase obrera, etc.

No nos es posible, en tan corto espacio, citar todos los razonamientos, a veces ingenuos y simplistas, algunas veces repetidos por haberlos oído a otras personas o en mítines obreros o por leerlos en periódicos, pero algunas veces también, reflexionados y lógicos.

Nos limitaremos a dar uno o dos ejemplos:
-Con semejante régimen se justifica el bandidaje, ya que el crimen proviene de la organización social, no del carácter humano. Bajo ese régimen no vivimos en sociedad. Entonces, ¿a qué viene la sociedad?, ¿Para que unos mueran de hambre y se sumerjan en la miseria, en tanto otros engordan en un exceso de riquezas? Para esto no necesito la sociedad. Puedo fallecer de hambre y revolcarme en la miseria lo mismo sin sociedad, puesto que ésta existe para que mutuamente nos facilitemos la vida y para evitar la explotación y la opresión. Bajo semejante régimen, los hijos de los obreros no pueden siquiera disfrutar de escuelas gratuitas. Bajo el régimen capitalista, la humanidad se empobrece, no sólo material sino también moralmente. Acá y allá campea una completa degeneración. El régimen capitalista ha fracasado. ¿Y luego?
Mientras el régimen se considera necesario, se le sostiene; cuando ya no es necesario, se le tolera; pero cuando comienza a ser molesto, se le destruye. Al lado de esos rebeldes existen hombres a quienes la miseria física y los sufrimientos morales han destrozado. He aquí un ejemplo de ésos:
-La vida me ha hecho perezoso. A veces me entran ganas de arrojar el sombrero a lo pies del mundo e implorar con humildad: ¡Compradme!, ¿Compradme! Quiero serviros más fielmente que el tío Tom. Llevaré en mis espaldas las piedras para la construcción de vuestros palacios. Roturaré vuestros campos, pero permitidme dormir y vestirme. ¡Oh!, también puedo vivir desnudo, no importa; lo esencial es comer.
-Y añade:
-Entonces me abrasa la vergüenza... ¿La vergüenza?, ¿Qué es la vergüenza?, ¿Acaso un paria como yo puede sentir la vergüenza?-

Nada, pues, de extraño que no haya narración alguna que no contenga ideas macabras acerca del suicidio y aun de crímenes. Hemos procurado, por medio de breves extractos y en algunas frases sintéticas, evocar la impresión que se desprende de las Memorias de los parados.

Es natural que dicha impresión sea triste y deprimente. El vagabundaje, la mendicidad y el robo; el asesinato y el suicidio: tales son los caminos hacia los que el paro impele a sus víctimas.

A pesar de un sistema de Seguro contra el paro forzoso y de los grandes esfuerzos de la colectividad y el Estado, la vida de los parados hállase envuelta en una atmósfera de terrible miseria y de desesperación. Esas, miseria y desesperación, las hallaríamos, seguramente, en cada país afectado por el paro forzoso, y tal vez sería útil que en otras naciones, organismos semejantes al Instituto de Economía Social polaco, emprendiesen encuestas análogas.



No obstante, a pesar de tan deprimente atmósfera, a despecho de los trágicos relatos, la lectura del libro nos deja la impresión de que hay una enorme fuerza moral que detiene a esos hombres al borde del abismo. Cuanto más leemos nos damos mejor cuenta de que esta fuerza es un amor inmenso al trabajo, amor que aquí se transforma en apoteosis del trabajo perdido (y casi nos atreveríamos a decir del paraíso perdido), tan profunda es esa adoración al trabajo.
Tal es el leit motiv de todas las Memorias: -Nada queda por decir; todo se ha hecho diminuto e insignificante, inútil. Tan sólo tiene valor lo que proporciona trabajo...Ya que, vive Dios, ¿qué puede desear y pedir un obrero, sino trabajo?, ¿Y por qué no puede obtenerlo?, ¿Por qué esas fuerzas sobrenaturales o la maldad y el odio humanos impiden que el obrero aproveche los beneficios del trabajo? ¿Por qué?...¡Oh ! ¿Cuándo terminarán esos sufrimientos?, ¿Cuándo dejaremos, por fin, de ser miserables, todos los que tenemos brazos fuertes y vigorosos para el trabajo, con lo cual podríamos vivir como hombres?, ¿Cuándo oiremos de nuevo silbar las sirenas de las fábricas para anunciarnos que hay trabajo?, ¿Cuándo llegará esto, cuándo? ¡Oh, trabajo, trabajo! ¡Bendito trabajo!-
* * *
No compartimos íntegramente la opinión que J. Rosner expresa en la conclusión de su artículo, innegablemente interesantísimo. El "amor al trabajo perdido", es decir, esta obsesión del trabajo que decora toda la vida de un hombre y al hombre mismo, nos parece una de las consecuencias lógicas del paro forzoso. Es la forma exasperada de la"abnegación de sí mismo".

Artículo perteneciente al número 125 de “Estudios” Revista Ecléctica. Valencia. Enero de 1934.