El Hombre y la Gente

Libro de José Ortega y Gasset; fue en 1934, en una conferencia dada en Valladolid con el mismo título, cuando por primera vez expuso públicamente su idea de los "usos" como constitutivos de lo social.

He aquí unos breves extractos a efectos de reseña:

... 1º Lo social consiste en acciones o comportamientos humanos -es un hecho de la vida humana-. Pero la vida humana es siempre la de cada cual, es la vida individual o personal y consiste en que el yo que cada cual es se encuentra teniendo que existir en una circustancia -lo que solemos llamar mundo- sin seguridad de existir en el instante inmediato, teniendo siempre que estar haciendo algo -material o mentalmente- para asegurar esa existencia. El conjunto de esos haceres, acciones o comportamientos es nuestra vida. Sólo es, pues, humano en sentido estricto y primario lo que hago yo por mí mismo y en vista de mis propios fines, o lo que es igual, que el hecho humano es un hecho siempre personal. Esto quiere decir:

  a) que sólo es propiamente humano en mí lo que pienso, quiero, siento y ejecuto con mi cuerpo, siendo yo el sujeto creador de ello o lo que es lo mismo, como tal mí mismo, le pasa;

 b) por tanto, sólo es humano mi pensar si pienso algo por mi propia cuenta, percatándome de lo que significa. Sólo es humano lo que al hacerlo lo hago porque tiene para mí un sentido, es decir, lo que entiendo;

   c) en toda acción humana hay, pues, un sujeto de quien emana y que, por lo mismo, es responsable de ella;

  d) consecuencia de lo anterior es que mi humana vida que me pone en relación directa con cuanto me rodea -minerales, vegetales, animales, los otros hombres-, es, por esencia soledad. Mi dolor de muelas sólo a mí me puede doler. El pensamiento que de verdad pienso -y no sólo repito mecánicamente por haberlo oído- tengo que pensármelo yo solo o yo en mi soledad.

Mas el hecho social no es un comportamiento de nuestra vida humana como soledad, sino que aparece en tanto en cuanto estamos en relación con otros hombres. No es, pues, vida humana en sentido estricto y primario;

  2º Es lo social un hecho, no de la vida humana, sino algo que surge en la humana convivencia. Por convivencia entendemos la relación o trato entre dos vidas individuales. Lo que llamamos padres e hijos, amantes, amigos, por ejemplo, son formas del convivir. En ella se trata siempre de que un individuo, como tal -por tanto, un sujeto creador y responsable de sus acciones, que hace lo que hace porque tiene para él un sentido y lo entiende-, actúa sobre otro individuo que tiene los mismos caracteres. El padre, como individuo determinado que es, se dirige a su hijo, que es otro individuo determinado y único también. Los hechos de convivencia no son, pues, por sí mismos hechos sociales. Forman lo que debiera llamarse "compañía o comunicación" -un mundo de relaciones interindividuales.

  Pero analícese toda otra serie de hechos humanos, como el saludo, como la acción del vigilante que nos impide en cierto momento atravesar la calle. En ellos, la acción -dar la mano, el acto de cortar nuestro paso el vigilante- no la hace el hombre porque se le haya ocurrido a él, ni espontáneamente, es decir, siendo él responsable de ella; ni va dirigida a otro hombre por ser tal individuo determinado. Hace el hombre eso sin su original voluntad y a menudo contra su voluntad. Además -en el caso del saludo está bien claro-, lo que hacemos, dar la mano, no lo entendemos, no tiene sentido para nosotros, no sabemos por qué es eso y no otra cosa lo que hay que hacer cuando encontramos un conocido. Estas acciones no tienen, pues, su origen en nosotros: somos de ellas meros ejecutores, como el gramófono canta su disco, como el autómata practica sus movimientos mecánicos.

  ¿Quién es el sujeto originario de quien esas acciones provienen? ¿Por qué las hacemos, ya que no las hacemos ni por nuestra invención ni con nuestra espontánea voluntad? Damos la mano al encontrar un conocido porque eso es lo que se hace. El vigilante detiene nuestro paso, no porque a él se le haya ocurrido ni por cuenta suya, sino porque está mandado así. Pero ¿quien es el sujeto originario y responsable de lo que se hace? La gente, los demás "todos", la colectividad, la sociedad -es decir: Nadie determinado.

  He aquí, pues, acciones que son, por un lado, humanas, pues consisten en comportamientos intelectuales o de conducta específicamente humanos,y que, por otro lado, ni se originan en la persona o individuo ni éste los quiere ni es responsable de ellos y que con frecuencia ni siquiera los entiende.

  Aquellas acciones nuestras que tienen estos caracteres negativos y que ejecutamos a cuenta de un sujeto impersonal, indeterminable, que es "todos" y es "nadie" y que llamamos la gente, la colectividad, la sociedad, son los hechos propiamente sociales, irreductibles a la vida humana individual. Estos hechos aparecen en el ámbito de la convivencia, pero no son hechos de simple convivencia.

  Lo que pensamos o decimos porque se dice; lo que hacemos porque se hace, suele llamarse uso.   

Los hechos sociales constitutivos son usos.

  Los usos son formas de comportamiento humano que el individuo adopta y cumple porque, de una manera u otra, en una u otra medida, no tiene más remedio. Les son impuestos por su contorno de convivencia: por los "demás", por la "gente", por... la sociedad.

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1º Son acciones que ejecutamos en virtud de una presión social. Esta presión consiste en la anticipación, por nuestra parte, de las represalias "morales" o físicas que nuestro contorno va a ejercer contra nosotros si no nos comportamos así. Los usos son imposiciones mecánicas.

2º Son acciones cuyo precioso contenido, esto es, lo que en ellas hacemos, nos es ininteligible. Los usos son irracionales.

3º Los encontramos como formas de conducta, que son a la vez presiones, fuera de nuestra persona y de toda persona, porque actúan sobre el prójimo lo mismo que sobre nosotros. Los usos son realidades extraindividuales o impersonales.

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Al seguir los usos nos comportamos como autómatas, vivimos a cuenta de la sociedad o colectividad. Pero ésta no es algo humano ni sobrehumano, sino que actúa exclusivamente mediante el puro mecanismo de los usos, de los cuales nadie es sujeto creador responsable y consciente. Y como la "vida social o colectiva" consiste en los usos, esa vida no es humana, es algo intermedio entre la naturaleza y el hombre, es una casi-naturaleza y, como la naturaleza, irracional, mecánica y brutal. No hay un "alma colectiva". La sociedad, la colectividad es la gran desalmada, ya que es lo humano naturalizado, mecanizado y como mineralizado. Por eso está justificado que a la sociedad se la llame "mundo" social. No es, en efecto, tanto "humanidad" como "elemento inhumano" en que la persona se encuentra.

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La soledad radical de la vida humana, el ser del hombre, no consiste, pues, en que no haya realmente más que él. Todo lo contrario: hay nada menos que el universo con todo su contenido. Hay, pues, infinitas cosas, pero -¡ahí está!- en medio de ellas el Hombre, en su realidad radical, está solo, solo con ellas y, como entre esas cosas están los otros seres humanos, está solo con ellos.Si no existiese más que un único ser, no podría decirse congruentemente que está solo. La unicidad no tiene nada que ver con la soledad.

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Conforme vamos tomando posesión de la vida y haciéndonos cargo de ella, averiguamos que, cuando a ella vinimos, los demás se habían ido y que tenemos que vivir nuestro radical vivir... solos, y que en nuestra soledad somos nuestra verdad.

Desde este fondo de soledad radical que es, sin remedio, nuestra vida, emergemos constantemente en un ansia, no menos radical de compañia. Quisiéramos hallar aquel cuya vida se fundiese íntegramente, se interpenetrase con la nuestra, Para ello hacemos los más varios intentos. Uno es la amistad. Pero el supremo entre ellos es lo que llamamos amor. El auténtico amor no es sino el intento de canjear dos soledades.

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Ya veremos que otro hombre tiene también su aquí -pero ese aquí del Otro no es el mío-. Nuestros "aquís"se excluyen, no son interpenetrables, son distintos, y por eso la perspectiva en que le aparece el mundo es siempre distinta de la mía. Por eso no coinciden suficientemente nuestros mundos. Yo estoy, por de pronto, en el mío y él en el suyo. Nueva causa de soledad radical. No sólo yo estoy fuera del otro hombre, sino que también mi mundo está fuera del suyo: somos, mutuamente, dos "fueras" y por eso somos radicalmente forasteros.

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El otro Hombre es, pues, esencialmente peligroso, y este carácter que se acusa superlativamente cuando se trata del por completo desconocido, en gradación menguante perdura cuando se nos convierte en Tú y -si hablamos rigorosamente- no desaparece nunca. Todo otro ser humano nos es peligroso, cada cual a su modo y en su peculiar dosis. No olviden ustedes que el niño inocente es uno de los seres más peligrosos: él es el que incendia la casa con una cerilla, el que jugando dispara la escopeta, el que vierte el ácido nítrico en el puchero y, lo más grave de todo, que él mismo se pone en constante peligro de caerse poe el balcón, de romperse la cabeza contra la esquina de la mesa, de tragarse el trenecito con que juega, y con todo ello darnos gravísimo disgusto. Y si a este ser llamamos inocente, es decir, no dañino, calcúlese lo que serán cuantos han perdido la inocencia.

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Pero veamos. Cuando salimos a la calle, si queremos cruzar de una acera a otra, por lugar que no sea en las esquinas, el guardia de la circulación nos impide el paso. Esta acción, este hecho, este fenómeno, ¿a qué clase pertenece?

Evidentemente, no es un hecho físico. El guardia no nos impide el paso como la roca que intercepta nuestro camino. Es la suya una acción humana, mas por otra parte, se diferencia sobremanera de la acción con que un amigo nos toma por el brazo y nos lleva a un aparte de intimidad. Este hacer de nuestro amigo no sólo es ejecutado por él, sino que nace en él. Se le ha ocurrido a él por tales y tales razones que él ve claras, es responsable de él; y, además, lo refiere a mi individualidad, al amigo inconfundible que le soy.

Y nos preguntamos: ¿quién es el sujeto de esa acción humana que llamamos "prohibir", mandar legalmente? ¿Quién nos prohíbe? ¿Quién nos manda? No es el hombre guardia, ni el hombre alcalde, ni el hombre Jefe de Estado el sujeto de ese hacer que es prohibir, que es mandar. Quien prohíbe y quien manda -decimos- es el Estado. Si prohibir y mandar son acciones humanas (y lo son evidentemente, puesto que no son movimientos físicos, ni reflejos o tropismos zoológicos); si prohibir y mandar son acciones humanas, provendrán de alguien, de un sujeto determinado, de un hombre. ¿Es el Estado un hombre? Evidentemente, no. Y luis XIV padeció una ilusión grave cuando creyó que el Estado era él, tan grave que le costó la cabeza de su nieto. Nunca, ni en el caso de la más extrema autocracia, ha sido un hombre el Estado. Será aquél, a lo sumo, el hombre que ejerce una determinada función del Estado.

Pero entonces, ¿quién es ese Estado que me manda y me impide pasar de acera a acera?

Si hacemos esta pregunta a alguien, se verá cómo ese alguien comienza por abrir los brazos en ademán natatorio -que es el que solemos usar cuando vamos a decir algo muy vago-, y dirá: "El Estado es todo, la sociedad, la colectividad".

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Ahora bien, lo usual, lo acostumbrado, lo hacemos porque se hace. Pero ¿quien hace lo que se hace? ¡Ah! Pues la gente. Bien, pero ¿quién es la gente? ¡Ah! Pues todos, nadie determinado. Y esto nos lleva a reparar que una enorme porción de nuestras vidas se compone de cosas que hacemos no por gusto, ni inspiración, ni cuenta propia, sino simplemente porque las hace la gente, y como el Estado, antes, la gente ahora nos fuerza a acciones humanas que provienen de ella y no de nosotros.

Pero más todavía: nos comportamos en nuestra vida orientándonos en los pensamientos que tenemos sobre lo que las cosas son. Mas si hacemos balance de esas ideas u opiniones con las cuales y desde las cuales vivimos, hallamos con sorpresa que muchas de ellas -acaso la mayoría- no las hemos pensado nunca por nuestra cuenta, con plena y responsable evidencia de su verdad, sino que las pensamos porque las hemos oído y las decimos porque se dicen. He aquí ese extraño impersonal, el se, que aparece ahora instalado dentro de nosotros, formando parte de nosotros, pensando él ideas que nosotros simplemente pronunciamos.

Bien. Y entonces, ¿quién dice lo que se dice? Sin duda, cada uno de nosotros, pero decimos "lo que decimos" como el guardia nos impide el paso, lo decimos no por cuenta propia, sino por cuenta de ese sujeto imposible de capturar, indeterminado e irresponsable, que es la gente,la sociedad, la colectividad. En la medida que yo pienso y hable, no por propia e individual evidencia, sino repitiendo esto que se dice y que se opina, mi vida deja de ser mía, dejo de ser el personaje individualísimo que soy, y actúo por cuenta de la sociedad: soy un autómata social, estoy socializado.